El Pez
Había tenido un presentimiento extraño desde que me subí al autobús, y una hora antes de terminar el viaje, supe lo que me fastidiaba. El lugar a donde me dirigía tenía el mismo nombre del lugar a donde quería ir, pero se situaba en la dirección casi completamente opuesta. Me sentí muy deprimido por mi estupidez, y ni si quiera le pregunte al conductor qué se podía hacer, mas bien decidí esperar para llegar a la estación de bus y averiguar qué tomar de regreso. Esta era mi primera vez mochiliando y, aunque estaba divirtiéndome mucho, también lo había tomado como un reto personal. ¿Cómo yo, un joven pronto a salir de la universidad, planeaba enfrentarme a la vida si cometía errores como éste?”
Llegué al terminal y con mochila en la espalda me dirigí a la ventanilla para averiguar los buses de regreso. Eran las doce de la noche y otro bus vendría a las cinco de la mañana. Decidí darme unas vueltas para estirar las piernas, respirar aire fresco y ver qué tal era este pueblo. Me lo había imaginado como un pueblito en medio de la nada, y efectivamente, caminé por unas calles silenciosas y desérticas de casas desoladas, veredas rotas, pasto seco, y muy poca iluminación. Se respiraba un aire frio y seco con un sutil olor a estiércol. No había viento, y si lo hubiera habido, las luces colgadas de los alambres entre los postes de madera se hubieran balanceado y ello hubiera sido inconsolable. De todas maneras, me sentí solo y me dije que quería mandar todo a la mierda.
Llegué a una intersección y miré alrededor. Dos cuadras a la izquierda, algo emitía una luz blanca. Esto se convirtió en mi objetivo. Caminé y descubrí que era un pequeño banco con un cajero automático al lado y recordé que no tenía mucho efectivo, solamente lo suficiente para comprar el ticket de regreso y unas cuantas comidas más. Agradecí la modernidad y entré a la cabina, metí mi tarjeta, marqué mi clave, la cantidad y esperé. No pasó nada. No me regresó ni mi dinero ni mi tarjeta. Maldije la máquina, la golpeé varias veces.
Después de muchos intentos fallidos salí de la cabina y me senté en la vereda. La tarjeta era la única forma de acceder al dinero para todo mi viaje. No me podía ir de este pequeño pueblo sin ella. Tendría que esperar que abrieran el banco mañana, pero mañana era domingo, lo más probable era que el banco estuviera cerrado. Fuera lo que fuera, ya no me podría ir hoy a las cinco de la mañana.
Caminé de regreso al terminal, pues ese era el único lugar donde había visto gente. Pero estaba cerrado. Me sentí estúpido por haber salido del terminal. Me maldije. ¿A dónde me iría? Con el poco dinero que tenía, no podía quedarme en un hostal. Tendría que dormir en la calle. Pensé en soluciones rápidamente y recordé haber visto desde el banco lo que había parecido el lado de una plaza. Caminé de regreso.
Era una plaza pequeña, con cuatro veredas unidas al centro en donde había una estatua de un héroe. Empecé a dar vueltas como si fuera un lobo ansioso buscando carroña hasta que me llamó la atención una esquina rodeada de arbustos debajo de un árbol. Removí algunas piedras filudas y no detecté eses de perro o alguna cosa extraña en el pasto. Puse mi maleta detrás como almohada, me eché y me cubrí con mi saco de dormir. El silencio era absoluto. Arriba veía las ramas del árbol, y entre sus hojas casi inmóviles, la despejada noche repleta de estrellas. Pensé en la posibilidad de que ellas me miraran a mí, lo más probable era que nuestro pequeño planeta ni siquiera les fuera visible.
Poco a poco me agarró el sueño y parpadeé involuntariamente hasta que todo desapareció. No dormí corrido, me desperté varias veces a mirar de lado a lado como un animal cuidando su guarida. En eso empecé a sentirme muy acalorado, abrí los ojos y me di cuenta que era de día. El primer pensamiento que me vino cuando desperté fue estresante, de buscar mi tarjeta de crédito lo más rápido posible. Me levanté, guarde mi saco de dormir en mi mochila y me fui al banco.
Llegué al banco, y como esperaba, estaba cerrado, tendría que quedarme hasta el lunes en este pueblito. Caminé por la pequeña calle principal y me sorprendió ver algunas tiendas y una carrosa jalada por un caballo. Seguí adelante y no tardé mucho en salir del pueblo y encontrarme con un riachuelo. Me senté junto a éste, y contemplé, debajo de un amplio cielo azul, cómo se estrechaban, verdes y en muchas partes cultivadas o con ganado, las famosas pampas argentinas. Pensé en los antiguos pobladores de estos lares, los gauchos. ¿Cómo vivieron ellos? ¿Pasaron por conflictos similares a los míos? Y las personas que arrean y viven en este aislado pueblo hoy en día: ¿tendrán ellos, por ejemplo, que viajar o adquirir cultura o quebrarse la cabeza pensando qué carrera seguir, y después pasar años llenándose la mente de ideas e información pertinente a su crecimiento profesional o personal? Y después de ello, trabajar en lo que a uno le guste, o, si a uno le salió mal, en lo que no le guste. ¿Tendrán siquiera estas opciones y dilemas? ¿Aprenderán un oficio ya determinado? ¿Serán estas opciones positivas o negativas? Me distraje de mis pensamientos por el ruido de un pez saltando en el riachuelo. ¿Vivirá el pez en un mundo más complejo que el mío? Claro que no. ¿Pero es acaso el pez más feliz que yo? Realmente estaba poniéndome demasiado pesado. Necesitaba hablar con alguien. Recordé una chica que había visto detrás de la registradora de una de las pocas tiendas en el camino al río. Había pasado y conectado con unos ojos marrones con un brillo especial que me atrajo.
Llegué al terminal y con mochila en la espalda me dirigí a la ventanilla para averiguar los buses de regreso. Eran las doce de la noche y otro bus vendría a las cinco de la mañana. Decidí darme unas vueltas para estirar las piernas, respirar aire fresco y ver qué tal era este pueblo. Me lo había imaginado como un pueblito en medio de la nada, y efectivamente, caminé por unas calles silenciosas y desérticas de casas desoladas, veredas rotas, pasto seco, y muy poca iluminación. Se respiraba un aire frio y seco con un sutil olor a estiércol. No había viento, y si lo hubiera habido, las luces colgadas de los alambres entre los postes de madera se hubieran balanceado y ello hubiera sido inconsolable. De todas maneras, me sentí solo y me dije que quería mandar todo a la mierda.
Llegué a una intersección y miré alrededor. Dos cuadras a la izquierda, algo emitía una luz blanca. Esto se convirtió en mi objetivo. Caminé y descubrí que era un pequeño banco con un cajero automático al lado y recordé que no tenía mucho efectivo, solamente lo suficiente para comprar el ticket de regreso y unas cuantas comidas más. Agradecí la modernidad y entré a la cabina, metí mi tarjeta, marqué mi clave, la cantidad y esperé. No pasó nada. No me regresó ni mi dinero ni mi tarjeta. Maldije la máquina, la golpeé varias veces.
Después de muchos intentos fallidos salí de la cabina y me senté en la vereda. La tarjeta era la única forma de acceder al dinero para todo mi viaje. No me podía ir de este pequeño pueblo sin ella. Tendría que esperar que abrieran el banco mañana, pero mañana era domingo, lo más probable era que el banco estuviera cerrado. Fuera lo que fuera, ya no me podría ir hoy a las cinco de la mañana.
Caminé de regreso al terminal, pues ese era el único lugar donde había visto gente. Pero estaba cerrado. Me sentí estúpido por haber salido del terminal. Me maldije. ¿A dónde me iría? Con el poco dinero que tenía, no podía quedarme en un hostal. Tendría que dormir en la calle. Pensé en soluciones rápidamente y recordé haber visto desde el banco lo que había parecido el lado de una plaza. Caminé de regreso.
Era una plaza pequeña, con cuatro veredas unidas al centro en donde había una estatua de un héroe. Empecé a dar vueltas como si fuera un lobo ansioso buscando carroña hasta que me llamó la atención una esquina rodeada de arbustos debajo de un árbol. Removí algunas piedras filudas y no detecté eses de perro o alguna cosa extraña en el pasto. Puse mi maleta detrás como almohada, me eché y me cubrí con mi saco de dormir. El silencio era absoluto. Arriba veía las ramas del árbol, y entre sus hojas casi inmóviles, la despejada noche repleta de estrellas. Pensé en la posibilidad de que ellas me miraran a mí, lo más probable era que nuestro pequeño planeta ni siquiera les fuera visible.
Poco a poco me agarró el sueño y parpadeé involuntariamente hasta que todo desapareció. No dormí corrido, me desperté varias veces a mirar de lado a lado como un animal cuidando su guarida. En eso empecé a sentirme muy acalorado, abrí los ojos y me di cuenta que era de día. El primer pensamiento que me vino cuando desperté fue estresante, de buscar mi tarjeta de crédito lo más rápido posible. Me levanté, guarde mi saco de dormir en mi mochila y me fui al banco.
Llegué al banco, y como esperaba, estaba cerrado, tendría que quedarme hasta el lunes en este pueblito. Caminé por la pequeña calle principal y me sorprendió ver algunas tiendas y una carrosa jalada por un caballo. Seguí adelante y no tardé mucho en salir del pueblo y encontrarme con un riachuelo. Me senté junto a éste, y contemplé, debajo de un amplio cielo azul, cómo se estrechaban, verdes y en muchas partes cultivadas o con ganado, las famosas pampas argentinas. Pensé en los antiguos pobladores de estos lares, los gauchos. ¿Cómo vivieron ellos? ¿Pasaron por conflictos similares a los míos? Y las personas que arrean y viven en este aislado pueblo hoy en día: ¿tendrán ellos, por ejemplo, que viajar o adquirir cultura o quebrarse la cabeza pensando qué carrera seguir, y después pasar años llenándose la mente de ideas e información pertinente a su crecimiento profesional o personal? Y después de ello, trabajar en lo que a uno le guste, o, si a uno le salió mal, en lo que no le guste. ¿Tendrán siquiera estas opciones y dilemas? ¿Aprenderán un oficio ya determinado? ¿Serán estas opciones positivas o negativas? Me distraje de mis pensamientos por el ruido de un pez saltando en el riachuelo. ¿Vivirá el pez en un mundo más complejo que el mío? Claro que no. ¿Pero es acaso el pez más feliz que yo? Realmente estaba poniéndome demasiado pesado. Necesitaba hablar con alguien. Recordé una chica que había visto detrás de la registradora de una de las pocas tiendas en el camino al río. Había pasado y conectado con unos ojos marrones con un brillo especial que me atrajo.