La Aventura en el Juego
Los buques en el cielo, como ballenas gigantescas, vuelan contra un sol brillante. De bajo, sobre colinas veres, tú corres rápida y ligeramente con tus Botas del viento. Te diriges a la aldea donde averiguarás más sobre tu última aventura. Al vídeo juego no le importa a donde vayas: las colinas, el río, las montañas, el bosque y las dunas de este mundo enorme pueden sustentarte y entretenerte para siempre. Pero quieres averiguar sobre los buques voladores. La melodía de un clarinete te acompaña en tu viaje.
Se acerca el final del día a la par que llegas a la aldea. Tienes algunas pieles de animales que has matado con tu arco y flecha, y el juego te permite intercambiarlas por dinero. Obtienes una docena de monedas de plata por tus pieles en la casa de cambio y después pagas por un hotel donde salvas tu progreso y recuperas tu salud. Es aburrido verte dormir y presionas un botón en tu mando para hacerlo instantáneamente. La noche se pasa en segundos y estás descansado en la mañana
El día está soleado y los aldeanos son amigables. Una linda joven chapoteando con su mano en la fuente del pueblo te cuenta de un sabio anciano que te puede ayudar. Él vive en una pequeña casucha de madera en las afueras del pueblo. Ella no te dice la dirección a la cual te debes dirigir y no sabes si eres capaz de preguntarle ni ella responderte. Das vueltas hasta encontrar una casa junto a un árbol de tronco grueso y retorcido cuyas flores púrpuras están esparcidas por doquier.
Entras. Hay muchos libros en libreros irregulares que también contienen frascos y plantas. Hay un hombre delgado y encorvado con un ojo más grande que el otro. Te escrudiña con la mirada y te pregunta:
“¿Buscas una ventura?”
“Sí.”
“Te aconsejo sobre una de estas tres. Elige.”
1. El Tesoro de Razán en el pantano
2. El Arco del último guardabosque
3. Los Buques flotantes.
No vacilas. Completaste las dos primeras aventuras y te hiciste fuerte gracias a ellas. Quisieras tocar el potente Arco del último guardabosque aferrado a tu espalda. Mueves tus dedos sobre el mando para resaltar y escoger la opción número tres. El anciano te habla:
“Una aventura de gran dificultad. Pocos la osan intentar. Solo en el lomo del dragón serás capaz de a tu objetivo llegar. Pero en batalla le tendrás que ganar. Ve a la Tierra del Fuego y en la noche lo encontrarás.”
Le agradeces al anciano, sales del pueblo y emprendes trote hacia tu destino. Usas el mapa que hallaste en el tesoro de Razán para guiarte. Es un viaje extenso y arduo. Pasas las verdosas colinas del viento, cruzas el gran río azul y te adentras por el valle escondido para poder cruzar el desierto de Nurubia y llegar a las Montañas grises. Durante todo este tiempo, eres atacado por ladrones y bestias. Muchas veces los esquivas, otras veces tienes que pelear. Te toma días en el juego––a ti e toma dos horas––llegar a la Tierra del Fuego. Arribas al amanecer y te tomas un tiempo para presenciarla.
Te intimidas. Ante ti se extiende un suelo negro y fracturado debajo de un cielo negruzco––probablemente lleno de la misma ceniza que tiñe los nevados de las Montañas grises. Varios volcanes hacen erupción incesantemente; sus lavas sangrientas se desparraman en ríos que parecen las venas de un hombre endemoniado. Vapores extraños emergen de grietas en la tierra y hay charcos y pozos de lava por todos lados. Y todavía es día: no te puedes imaginar cómo será de noche. Se te permite salvar el juego en este punto y lo haces. Decides darte una pausa antes de entrar a la Tierra del Fuego.
Regresas al juego y te adentras a los nuevos lares. Mientras que caminas, te encuentras rodeado de explosiones, crujidos y sonidos chirriantes, seguramente provenientes de la lava formándose en roca, partiéndose o enfriándose. Te imaginas el olor: penetrante y sulfúrico. Te imaginas la temperatura: ardiente junto a la lava y frígida lejos de ella. Te imaginas tu estado físico y te das cuenta que tu barra de vida se ha estado disminuyendo lentamente. Duele estar allí. Además, el juego todavía te acecha con fastidiosos monstruos que, aunque eliminas fácilmente, no dejan de dañarte.
La noche se acerca y necesitas un lugar donde esconderte y descansar, pues el juego no te deja hacerlo a la intemperie y tú mismo te das cuenta que sería una burrada. Lo único que encuentras es una grieta entre dos rocas gigantescas pero no hay suficiente espacio para echarte; entras y te apoyas contra una de las paredes. Duermes y esperas poder recuperar toda tu energía, pero en tu tan incómoda posición, el juego no te permite recuperarla completamente. Podrías usar tus pociones de vida, pero quieres ahorrártelas para la batalla. Aún una más profundad oscuridad cubre la tierra, pronto no puedes ver ni tus manos, todo lo que puedes ver es lava.
Un chillido espantoso lo tormenta todo. Sales de tu grieta pero no ves nada hasta que de repente una línea de fuego se expande en el cielo. Es el dragón, quien aterriza a los pies de un volcán a la distancia. Está muy lejos y está muy oscuro para verlo detalladamente, pero el fuego alrededor de su guarida te da la impresión de una enorme y amenazante serpiente retorciéndose. Te sientes inseguro, pero después piensas que haz esperado todo el juego para este momento: no puedes alcanzar más niveles de experiencia y tienes las mejores armas para tu personaje––un guardabosques.
Estudias la dirección de la guarida del dragón, haciendo notas en un papel. Tendrás que esperar hasta la mañana. Esta vez, el juego no te permite saltar la noche por medio de un botón. Tienes que esperar. Vas a hacerte una taza de café.
La luz del amanecer le da forma al espacio mientras que tú sorbes tu café, el cual te da energía y te anima. Estás listo para avanzar hacia la guarida del dragón. Te topas con algunos obstáculos en el camino: piedras que saltar, mostros que vencer; y te haces daño unas cuantas veces, pero nada grave.
Llegas a un lago negruzco con vapor deslizándose por su superficie. En algunos lugares, el agua hierbe. Piensas que no podrás nadar y sabes que estás en lo correcto porque tu personaje no puede entrar al agua. Vez alrededor y te das cuenta que los lados del lago se extienden fuera de tu vista. Piensas en cómo cruzarlo. De repente, se aparece un barco y distingues a una figura encapuchada con una guadaña en la mano que se parece a la que tiene la popular personificación de La muerte. La falta de creatividad de los programadores del juego te desilusiona. La muerte llega a la orilla y te habla con voz cavernosa:
"¿Estás aquí para matar al dragón?"
"Sí."
"¿Tienes cinco piezas de oro?
Te alivia que las tengas y piensas que regresar a la aldea a conseguirlas sería kafkaniano. Le pagas e ingresas a su barca escueta, la cual empuja con un palo. A la mitad del camino decides contarle un poco sobre tu aventura.
"Tienes que encarar al dragón frente a frente con tu espada. No debes temerle y correr de él."
Arribas al otro lado del lago, desembarcas, La muerte se retira y ves tu reflejo en el agua. Llevas puesta la Armadura de corteza viviente, la cual te permite recuperar vida lentamente; las Botas del viento, las cuales te permiten correr tan rápido como las águilas de Rodtingam; y varias gemas, aros, y collares que te dan fuerza, agilidad e inteligencia. Tienes una espada corta y mediocre amarrada a tu cinturón y un escudo de igual calidad. Tu arma preferida es el Arco del último guardabosques y sus tres tipos de flechas: de veneno, de rayos; y las mejores, las flechas de cabeza de diamante––hechas del hierro de Los enanos de Las montañas grises. Recuerdas haber destruido gigantes de roca con éstas. Después piensas en lo que te dijo La muerte. Tú te has formado para ser un sigiloso combatiente; tu estilo de batalla es correr, disparar y esconderte––no es el de encarar a tu enemigo con tu espada, como lo harían los guerreros. Temes que hayas elegido formarte equivocadamente y que tengas que comenzar el juego de nuevo. No lo harías. No tienes tiempo de hacer eso porque sabes que algún día vas a morir. Sigues adelante.
Es medio mañana cuando llegas a la base del volcán donde viste aterrizar al dragón. Empiezas su ascenso y pronto te encuentras con un despejado que está rodeado por surcos de lava, huesos, cráneos, armas y armaduras destrozadas de previos guerreros. No hay ni oro ni motín. El lugar no es el de un dragón sabio, o por lo menos pensante, más bien de una feroz bestia salvaje. Respiras profundamente y te encaminas a una enorme roca al margen del despejado. Allí decides esconderte mientras que esperas. No pasa mucho tiempo y escuchas el agitar de grandes alas.
De repente, el juego toma control y te muestra una secuencia cinematográfica en la cual ves al dragón de cerca, volando; llamas saliendo de cada uno sus fosas nasales; sus ojos reptiles y sangrientos. Lo ves aterrizando en el despejado delante de ti: sus muslos poderosos recibiendo su peso; su larga y puntiaguda cola arrastrándose en la arena; su cuello elevándose y arqueándose hacia atrás y sus escamas, negras, filudas y brillantes, como hechas de hemetita y acero, reflejando las llamas y la lava de su guarida. Ahora se mueve alrededor. Husmea, siente que hay algo fuera de lugar. De repente la cámara cambia a un acercamiento de su gigantesca cabeza, a tu lado. Es tan grande como tu cuerpo. Te mira unos segundos y desaparece de vista. Oyes un chillido espantoso.
Huyes corriendo de la roca mientras que una bola de fuego la engulle, destruyéndola. El combate empieza. Te parece una tarea suicida pero recuerdas lo que te dijo La Muerte en el barco. Volteas y encaras al dragón. Desenvainas tu espada y embistes. La cuchilla rebota de las escalas como si hubieras golpeado una piedra y no reduces su vida para nada. El dragón se enfurece, irgue su cuello hacia el cielo y lo baja escupiendo fuego. Tú levantas tu escudo y la potencia del golpe te empuja casi dos metros y el calor intenso te daña, bajando tu línea de vida. Lo embistes otra vez y el daño es diminuto. Se acerca y te raja con sus garras. Te proteges otra vez, pero tal es su fuerza que igual te hace daño. Te preguntas cuanto tiempo puedes aguantar de esta manera. Atacas otra vez. Te escupe tres bolas de fuego. La primera falla, la segunda destruye tu escudo y la tercera te cae, tirándote al suelo, dejándote moribundo. No hay forma que puedas pelear con el de esta manera. Piensas que es injusto que el juego favorezca guerreros sobre guardabosques. Pero todos estos pensamientos no te están haciendo bien. Tomas tu poción de salud, cuya magia te recupera lo suficiente como para levantarte y salir de allí. Vas a pelear esta pelea a tu manera.
El dragón te escupe bolas de fuego otra vez, pero gracias a tus botas haz corrido tan rápido y tan lejos que puedes esquivarlas–– ninguna te cae. Eres bueno en maniobras evasivas. Sigues corriendo, dándole tiempo a tu Armadura de corteza viviente a curarte. El dragón toma vuelo y te escupe una bola de fuego enorme desde el cielo. La evades, pero su intenso calor igual te daña. Sacas tu arco, cargas tus flechas de veneno y le disparas. Ninguna puede penetrar sus escalas, pero el próximo turno, después de haber esquivado otra de sus bolas de fuego, una flecha le penetra por debajo de su mandíbula. Los dados están a tu lado. El veneno lo debilitará poco a poco. Ahora cambias a las flechas de punta de diamante, y quizá después, para desequilibrarlo, las flechas del trueno. Sigues con tu estrategia: corres y disparas, corres y disparas; y muchas de las flechas de cabeza de diamante penetran sus escalas.
La pelea sigue hasta que no sabes cuales horas estás contando. Ves que la luz ha cambiado fuera de tu ventana y le das un rápido vistazo a tu reloj. Te sorprende todo el tiempo que ha pasado; en el juego recién es mediodía.
De repente, ya no eres atacado; el dragón ya no te está siguiendo. Dejas de correr, te paras unos segundos y no lo ves volando por los cielos azules ni por el sol de mediodía. Corriste tanto y tan rápido que te encuentras lejos de La tierra del fuego. Observas la pradera alrededor tuyo y a lo lejos vez un punto. Decides caminar hacia este. Es el dragón, quien está tirado en el pasto, moribundo y sangrando bajo el sol. Oyes su dificultoso y errático respirar, admiras todo el daño que le hiciste: hay muchas heridas y algunas flechas todavía se mantienen clavadas en su cuerpo. Te sorprendes cuando te habla deprimidamente:
“Me has vencido. Déjame sanar y te llevaré a los buques voladores”
Observas que su línea de vida está creciendo otra vez y que sus heridas están reduciéndose en tamaño. Te hablas:
“¿Confío en él? ¿Qué pasa si recupera su vida y después me ataca? Me he gastado todas mis pociones de salud y mi barra de vida está baja. ¡De hecho que me puede matar! Debería de matarlo yo ahorita mismo. Un flechazo en la cabeza y listo.
Decides en contra de ello.
Sus heridas terminan de sanar y su línea de vida se recupera completamente. Se alza por sobre tu cabeza.
“Maldito dragón, más te vale cumplir tu palabra.” Le gritas.
Sacude y bate sus grandes alas, examinándolas.
“Sube.” Te dice rotundamente.
Lo haces. No tiene montura. Agarras el pelaje de su lomo y presumes que te aferras fuertemente con tus piernas. Salta y bate sus alas. Te entusiasmas muchísimo. Empiezan a volar.
Debajo de ti, observas el mundo que conociste tan íntimamente: desde sus pequeños pueblos, hasta sus mares y montañas. Te da nostalgia por todo lo que experimentaste y todas las aventuras en las que te emprendiste. El juego se va a acabar; lo sabes y fue bueno. El dragón vuela cada vez más alto y te acercas a las nubes y a los buques, los cuales parecen submarinos. Una nueva canción de clarinete comienza al mismo tiempo que los créditos aparecen en la pantalla. Deseas poder seguir adelante, hacia los buques, pero este juego, lamentablemente, tiene fin.
Los buques en el cielo, como ballenas gigantescas, vuelan contra un sol brillante. De bajo, sobre colinas veres, tú corres rápida y ligeramente con tus Botas del viento. Te diriges a la aldea donde averiguarás más sobre tu última aventura. Al vídeo juego no le importa a donde vayas: las colinas, el río, las montañas, el bosque y las dunas de este mundo enorme pueden sustentarte y entretenerte para siempre. Pero quieres averiguar sobre los buques voladores. La melodía de un clarinete te acompaña en tu viaje.
Se acerca el final del día a la par que llegas a la aldea. Tienes algunas pieles de animales que has matado con tu arco y flecha, y el juego te permite intercambiarlas por dinero. Obtienes una docena de monedas de plata por tus pieles en la casa de cambio y después pagas por un hotel donde salvas tu progreso y recuperas tu salud. Es aburrido verte dormir y presionas un botón en tu mando para hacerlo instantáneamente. La noche se pasa en segundos y estás descansado en la mañana
El día está soleado y los aldeanos son amigables. Una linda joven chapoteando con su mano en la fuente del pueblo te cuenta de un sabio anciano que te puede ayudar. Él vive en una pequeña casucha de madera en las afueras del pueblo. Ella no te dice la dirección a la cual te debes dirigir y no sabes si eres capaz de preguntarle ni ella responderte. Das vueltas hasta encontrar una casa junto a un árbol de tronco grueso y retorcido cuyas flores púrpuras están esparcidas por doquier.
Entras. Hay muchos libros en libreros irregulares que también contienen frascos y plantas. Hay un hombre delgado y encorvado con un ojo más grande que el otro. Te escrudiña con la mirada y te pregunta:
“¿Buscas una ventura?”
“Sí.”
“Te aconsejo sobre una de estas tres. Elige.”
1. El Tesoro de Razán en el pantano
2. El Arco del último guardabosque
3. Los Buques flotantes.
No vacilas. Completaste las dos primeras aventuras y te hiciste fuerte gracias a ellas. Quisieras tocar el potente Arco del último guardabosque aferrado a tu espalda. Mueves tus dedos sobre el mando para resaltar y escoger la opción número tres. El anciano te habla:
“Una aventura de gran dificultad. Pocos la osan intentar. Solo en el lomo del dragón serás capaz de a tu objetivo llegar. Pero en batalla le tendrás que ganar. Ve a la Tierra del Fuego y en la noche lo encontrarás.”
Le agradeces al anciano, sales del pueblo y emprendes trote hacia tu destino. Usas el mapa que hallaste en el tesoro de Razán para guiarte. Es un viaje extenso y arduo. Pasas las verdosas colinas del viento, cruzas el gran río azul y te adentras por el valle escondido para poder cruzar el desierto de Nurubia y llegar a las Montañas grises. Durante todo este tiempo, eres atacado por ladrones y bestias. Muchas veces los esquivas, otras veces tienes que pelear. Te toma días en el juego––a ti e toma dos horas––llegar a la Tierra del Fuego. Arribas al amanecer y te tomas un tiempo para presenciarla.
Te intimidas. Ante ti se extiende un suelo negro y fracturado debajo de un cielo negruzco––probablemente lleno de la misma ceniza que tiñe los nevados de las Montañas grises. Varios volcanes hacen erupción incesantemente; sus lavas sangrientas se desparraman en ríos que parecen las venas de un hombre endemoniado. Vapores extraños emergen de grietas en la tierra y hay charcos y pozos de lava por todos lados. Y todavía es día: no te puedes imaginar cómo será de noche. Se te permite salvar el juego en este punto y lo haces. Decides darte una pausa antes de entrar a la Tierra del Fuego.
Regresas al juego y te adentras a los nuevos lares. Mientras que caminas, te encuentras rodeado de explosiones, crujidos y sonidos chirriantes, seguramente provenientes de la lava formándose en roca, partiéndose o enfriándose. Te imaginas el olor: penetrante y sulfúrico. Te imaginas la temperatura: ardiente junto a la lava y frígida lejos de ella. Te imaginas tu estado físico y te das cuenta que tu barra de vida se ha estado disminuyendo lentamente. Duele estar allí. Además, el juego todavía te acecha con fastidiosos monstruos que, aunque eliminas fácilmente, no dejan de dañarte.
La noche se acerca y necesitas un lugar donde esconderte y descansar, pues el juego no te deja hacerlo a la intemperie y tú mismo te das cuenta que sería una burrada. Lo único que encuentras es una grieta entre dos rocas gigantescas pero no hay suficiente espacio para echarte; entras y te apoyas contra una de las paredes. Duermes y esperas poder recuperar toda tu energía, pero en tu tan incómoda posición, el juego no te permite recuperarla completamente. Podrías usar tus pociones de vida, pero quieres ahorrártelas para la batalla. Aún una más profundad oscuridad cubre la tierra, pronto no puedes ver ni tus manos, todo lo que puedes ver es lava.
Un chillido espantoso lo tormenta todo. Sales de tu grieta pero no ves nada hasta que de repente una línea de fuego se expande en el cielo. Es el dragón, quien aterriza a los pies de un volcán a la distancia. Está muy lejos y está muy oscuro para verlo detalladamente, pero el fuego alrededor de su guarida te da la impresión de una enorme y amenazante serpiente retorciéndose. Te sientes inseguro, pero después piensas que haz esperado todo el juego para este momento: no puedes alcanzar más niveles de experiencia y tienes las mejores armas para tu personaje––un guardabosques.
Estudias la dirección de la guarida del dragón, haciendo notas en un papel. Tendrás que esperar hasta la mañana. Esta vez, el juego no te permite saltar la noche por medio de un botón. Tienes que esperar. Vas a hacerte una taza de café.
La luz del amanecer le da forma al espacio mientras que tú sorbes tu café, el cual te da energía y te anima. Estás listo para avanzar hacia la guarida del dragón. Te topas con algunos obstáculos en el camino: piedras que saltar, mostros que vencer; y te haces daño unas cuantas veces, pero nada grave.
Llegas a un lago negruzco con vapor deslizándose por su superficie. En algunos lugares, el agua hierbe. Piensas que no podrás nadar y sabes que estás en lo correcto porque tu personaje no puede entrar al agua. Vez alrededor y te das cuenta que los lados del lago se extienden fuera de tu vista. Piensas en cómo cruzarlo. De repente, se aparece un barco y distingues a una figura encapuchada con una guadaña en la mano que se parece a la que tiene la popular personificación de La muerte. La falta de creatividad de los programadores del juego te desilusiona. La muerte llega a la orilla y te habla con voz cavernosa:
"¿Estás aquí para matar al dragón?"
"Sí."
"¿Tienes cinco piezas de oro?
Te alivia que las tengas y piensas que regresar a la aldea a conseguirlas sería kafkaniano. Le pagas e ingresas a su barca escueta, la cual empuja con un palo. A la mitad del camino decides contarle un poco sobre tu aventura.
"Tienes que encarar al dragón frente a frente con tu espada. No debes temerle y correr de él."
Arribas al otro lado del lago, desembarcas, La muerte se retira y ves tu reflejo en el agua. Llevas puesta la Armadura de corteza viviente, la cual te permite recuperar vida lentamente; las Botas del viento, las cuales te permiten correr tan rápido como las águilas de Rodtingam; y varias gemas, aros, y collares que te dan fuerza, agilidad e inteligencia. Tienes una espada corta y mediocre amarrada a tu cinturón y un escudo de igual calidad. Tu arma preferida es el Arco del último guardabosques y sus tres tipos de flechas: de veneno, de rayos; y las mejores, las flechas de cabeza de diamante––hechas del hierro de Los enanos de Las montañas grises. Recuerdas haber destruido gigantes de roca con éstas. Después piensas en lo que te dijo La muerte. Tú te has formado para ser un sigiloso combatiente; tu estilo de batalla es correr, disparar y esconderte––no es el de encarar a tu enemigo con tu espada, como lo harían los guerreros. Temes que hayas elegido formarte equivocadamente y que tengas que comenzar el juego de nuevo. No lo harías. No tienes tiempo de hacer eso porque sabes que algún día vas a morir. Sigues adelante.
Es medio mañana cuando llegas a la base del volcán donde viste aterrizar al dragón. Empiezas su ascenso y pronto te encuentras con un despejado que está rodeado por surcos de lava, huesos, cráneos, armas y armaduras destrozadas de previos guerreros. No hay ni oro ni motín. El lugar no es el de un dragón sabio, o por lo menos pensante, más bien de una feroz bestia salvaje. Respiras profundamente y te encaminas a una enorme roca al margen del despejado. Allí decides esconderte mientras que esperas. No pasa mucho tiempo y escuchas el agitar de grandes alas.
De repente, el juego toma control y te muestra una secuencia cinematográfica en la cual ves al dragón de cerca, volando; llamas saliendo de cada uno sus fosas nasales; sus ojos reptiles y sangrientos. Lo ves aterrizando en el despejado delante de ti: sus muslos poderosos recibiendo su peso; su larga y puntiaguda cola arrastrándose en la arena; su cuello elevándose y arqueándose hacia atrás y sus escamas, negras, filudas y brillantes, como hechas de hemetita y acero, reflejando las llamas y la lava de su guarida. Ahora se mueve alrededor. Husmea, siente que hay algo fuera de lugar. De repente la cámara cambia a un acercamiento de su gigantesca cabeza, a tu lado. Es tan grande como tu cuerpo. Te mira unos segundos y desaparece de vista. Oyes un chillido espantoso.
Huyes corriendo de la roca mientras que una bola de fuego la engulle, destruyéndola. El combate empieza. Te parece una tarea suicida pero recuerdas lo que te dijo La Muerte en el barco. Volteas y encaras al dragón. Desenvainas tu espada y embistes. La cuchilla rebota de las escalas como si hubieras golpeado una piedra y no reduces su vida para nada. El dragón se enfurece, irgue su cuello hacia el cielo y lo baja escupiendo fuego. Tú levantas tu escudo y la potencia del golpe te empuja casi dos metros y el calor intenso te daña, bajando tu línea de vida. Lo embistes otra vez y el daño es diminuto. Se acerca y te raja con sus garras. Te proteges otra vez, pero tal es su fuerza que igual te hace daño. Te preguntas cuanto tiempo puedes aguantar de esta manera. Atacas otra vez. Te escupe tres bolas de fuego. La primera falla, la segunda destruye tu escudo y la tercera te cae, tirándote al suelo, dejándote moribundo. No hay forma que puedas pelear con el de esta manera. Piensas que es injusto que el juego favorezca guerreros sobre guardabosques. Pero todos estos pensamientos no te están haciendo bien. Tomas tu poción de salud, cuya magia te recupera lo suficiente como para levantarte y salir de allí. Vas a pelear esta pelea a tu manera.
El dragón te escupe bolas de fuego otra vez, pero gracias a tus botas haz corrido tan rápido y tan lejos que puedes esquivarlas–– ninguna te cae. Eres bueno en maniobras evasivas. Sigues corriendo, dándole tiempo a tu Armadura de corteza viviente a curarte. El dragón toma vuelo y te escupe una bola de fuego enorme desde el cielo. La evades, pero su intenso calor igual te daña. Sacas tu arco, cargas tus flechas de veneno y le disparas. Ninguna puede penetrar sus escalas, pero el próximo turno, después de haber esquivado otra de sus bolas de fuego, una flecha le penetra por debajo de su mandíbula. Los dados están a tu lado. El veneno lo debilitará poco a poco. Ahora cambias a las flechas de punta de diamante, y quizá después, para desequilibrarlo, las flechas del trueno. Sigues con tu estrategia: corres y disparas, corres y disparas; y muchas de las flechas de cabeza de diamante penetran sus escalas.
La pelea sigue hasta que no sabes cuales horas estás contando. Ves que la luz ha cambiado fuera de tu ventana y le das un rápido vistazo a tu reloj. Te sorprende todo el tiempo que ha pasado; en el juego recién es mediodía.
De repente, ya no eres atacado; el dragón ya no te está siguiendo. Dejas de correr, te paras unos segundos y no lo ves volando por los cielos azules ni por el sol de mediodía. Corriste tanto y tan rápido que te encuentras lejos de La tierra del fuego. Observas la pradera alrededor tuyo y a lo lejos vez un punto. Decides caminar hacia este. Es el dragón, quien está tirado en el pasto, moribundo y sangrando bajo el sol. Oyes su dificultoso y errático respirar, admiras todo el daño que le hiciste: hay muchas heridas y algunas flechas todavía se mantienen clavadas en su cuerpo. Te sorprendes cuando te habla deprimidamente:
“Me has vencido. Déjame sanar y te llevaré a los buques voladores”
Observas que su línea de vida está creciendo otra vez y que sus heridas están reduciéndose en tamaño. Te hablas:
“¿Confío en él? ¿Qué pasa si recupera su vida y después me ataca? Me he gastado todas mis pociones de salud y mi barra de vida está baja. ¡De hecho que me puede matar! Debería de matarlo yo ahorita mismo. Un flechazo en la cabeza y listo.
Decides en contra de ello.
Sus heridas terminan de sanar y su línea de vida se recupera completamente. Se alza por sobre tu cabeza.
“Maldito dragón, más te vale cumplir tu palabra.” Le gritas.
Sacude y bate sus grandes alas, examinándolas.
“Sube.” Te dice rotundamente.
Lo haces. No tiene montura. Agarras el pelaje de su lomo y presumes que te aferras fuertemente con tus piernas. Salta y bate sus alas. Te entusiasmas muchísimo. Empiezan a volar.
Debajo de ti, observas el mundo que conociste tan íntimamente: desde sus pequeños pueblos, hasta sus mares y montañas. Te da nostalgia por todo lo que experimentaste y todas las aventuras en las que te emprendiste. El juego se va a acabar; lo sabes y fue bueno. El dragón vuela cada vez más alto y te acercas a las nubes y a los buques, los cuales parecen submarinos. Una nueva canción de clarinete comienza al mismo tiempo que los créditos aparecen en la pantalla. Deseas poder seguir adelante, hacia los buques, pero este juego, lamentablemente, tiene fin.